Entrevista con Jáder Rivera Monje

Jáder Rivera Monje

Tribulaciones de un Poeta Tubérculo “que no quería ser poeta y que lo era a pesar de sí mismo”: Entrevista con Jader Rivera Monje

El día 25 de febrero se presentó en Bogotá el libro de poesía Tribulaciones de Jader Rivera Monje. En la siguiente entrevista -hecha un día después en la bella terraza de Ediciones Exilio, se mezclan tanto la voz del personaje central del libro, El Poeta Tubérculo, como el autor real. La entrevista combina la realidad y la ficción para dar cuenta de un mundo y una forma de percibirlo, que empieza a prefigurarse en este momento.  

El “Poeta Tubérculo” es un hombre del campo, “robusto y saludable”, escucha música clásica y ama las aves. Ajeno al frenesí de la vida citadina, es un maestro en el arte de la conversación, escucha como pocos, atento y tranquilo. Lector asiduo de ciencia ficción y de Eugenio Montejo, considera que lo importante en la vida no es la poesía en sí misma, sino la experiencia vital que nos lleva a escribirla. Esa tarde dominical de febrero, minutos previos a la entrevista, le escuché decir que prefería ser “un tubérculo, tal vez una remolacha para que la comieran los niños”, tubérculo en vez de poeta. Y la noche anterior, en la presentación de Tribulaciones en un Café, le oí tronar desde el púlpito: “Poetas bastardos, inútiles, / hinchados de vanidades, ¿qué podéis hacer por mí, / por mí que necesito tanto de vosotros?”. No piensa distanciarse de la miel de la vida, no le teme a la muerte, repasa que está “listo”, está convencido de que la poesía no podrá salvarlo porque es un simple “artificio”, lo contrario a la Vida.      

Esta pregunta puede parecer ingenua, pero es necesaria. ¿Qué te hizo escribir? ¿Qué te llevó a ser poeta?

Es difícil saberlo… Porque es algo que nace y va evolucionando, y de pronto se dispara como una chispa, y esa chispa aparece cuando nos acercamos a las obras literarias, no a todas, a las obras literarias que nos gustan. Y cuando esto ocurre, uno dice: “Yo también quiero escribir”.

Nunca me pensé como escritor o como poeta, yo solamente quería escribir. El primer libro que tuve en mis manos fue la Biblia, y sus historias me impactaban. Me hacían leer para saber si en la escuela había aprendido a leer en voz alta. Después, lo que dispara mi imaginación es Julio Verne, 20 mil leguas de viaje submarino. Le escribía cuentos y, luego, cartas a mi hermana. Pero nunca pensé ser poeta o escritor. En la Universidad empecé a leer a los grandes y, solo entonces, a escribir y a pensar qué escribir.

Tomando distancia de la crítica ratonesca que juzga tu poesía de provincial. ¿Qué le debe tu poesía a la “entraña selvática”, siguiendo a José Eustasio Rivera, o a la vida en el campo?

Cuando empecé a pensar en ser escritor, me hice la pregunta: “¿Qué debo escribir?”. Y me respondí: “De aquello que conozco, está a mi alcance y puedo tocar”. Y qué era lo que estaba a mi alcance: las montañas, la gente, los animales, y yo quería dejar constancia de eso, por eso hablé de pájaros, de hombres, nombré personas, nombré a mi familia, nombré ríos, hojas, vientos, noches; era todo lo que quería comunicar. Dejé de pensar en el éxito cuando me di cuenta de que la aprobación de los demás me llevaba por otros caminos. Y lo que deseaba lograr era sentirme bien, la satisfacción de escribir para mí, para la gente que yo quería, aunque esa misma gente me criticara y dijera que era “aldeano” y “parroquiano”.

Se pierde un poco de originalidad cuando se sigue el consejo de todos…

Cuando se escribe para ser famoso o para recibir aplausos, uno tiene que ajustarse a los criterios de quien escucha y de lo que está en boga. Yo nunca escribí para que me aplaudieran ni mucho menos sobre temas ajenos a mi existencia. Por eso la crítica a mi poesía, a los temas que elegía, porque no eran “universales”, porque era mejor hablar de París, del río Sena, que hablar del río Magdalena. Y mejor hablar de las alondras, que hablar de los toches y los cucaracheros. ¡Escribí un poema llamado “El cucarachero” que me gusta mucho! ¡El cucarachero es un ave fea, tiene parásitos horribles y vive en los saleros de la casa! En las mañanas, yo despertaba con su canto, era bellísimo. ¡Canta hermosísimo! El cucarachero compite con el toche en cuanto quién canta mejor. Los dos son muy buenos. Sin embargo, el cucarachero es un pordiosero con sus plumas opacas, mientras el toche, es un príncipe de la luz. La belleza del toche se convierte en desgracias. La gente lo persigue y lo encierra en jaulas. El cucarachero por feo nadie lo mira. ¡Es mejor ser feo! (Risas)

Estudiaste Literatura en la Universidad Javeriana, sé que actualmente no te dedicas a la docencia… Esta pregunta es necesaria como estudiante y profesor que fuiste, ¿crees que se puede enseñar la literatura? Si la respuesta es afirmativa, ¿cómo crees que se puede enseñar la literatura?

¡Claro que se puede! La enseñanza requiere de un profesor que sea guía de lector, un modelo lector. Cuando era joven quería un tutor para mi vida, un guía que me dijera lea esto, que me abriera los ojos, pero tuve que buscar solo. El profesor es un modelo-lector, que al apasionarse por los libros que lee transmite la pasión a los estudiantes. Sin pasión no puede enseñar o comunicar el amor a los libros. Sería algo muy frío, y hay una cosa muy importante, el amor no está en lo que se dice, no está en las palabras; está en los gestos, en las posturas, en los acentos… La enseñanza de la literatura tiene que empezar por la pasión de los profesores por los libros. Y no menos importante, los profesores deben seleccionar muy bien las obras. Deben escogerse según gustos e intereses. ¡Primero hay que enamorar a los muchachos de los libros! ¡Por ahí se arranca!

Ayer en la presentación de Tribulaciones decías algo interesante en relación con la idea del poeta como un “pequeño dios”, percibí algo de enojo ante esta concepción del poeta y de la poesía. Decías que finalmente lo importante era la vida.  ¿Qué gana la vida con la poesía?

El arte y la vida son dos cosas distintas y la una no puede remplazar a la otra. Esta es la filosofía de Tribulaciones. El Poeta Tubérculo creyó que lo más importante en el mundo era la literatura y se le olvidó vivir por estar en medio de las letras. Descubre que se ha equivocado y luego viene un odio tremendo contra las letras y empieza a criticar lo feo y lo terrible que son los poetas. El ataque a los poetas realmente es un ataque a sí mismo, porque se desprecia. Busca recobrar a toda hora la literatura como espejo. Borges decía que la medida en que me reflejo en la obra, me conecta y me gusta, y al verme me identifico y me conozco, y crezco, crezco. Hay cosas que tenemos en la mente y en el corazón que no podemos sacar, no tenemos las palabras para expresarlo. Y, de pronto, vemos que un escritor lo dice y la conexión es inmediata. Como les decía anoche, una buena obra nos transforma, no somos el mismo ser. Es así como la literatura interviene en la vida.  

Parece que cesa esa experiencia vital cuando se escribe por oficio, Poeta Tubérculo. ¿Qué gana un poeta de la experiencia vital si lo importante es la vida y no la poesía?

¡Dinero no gana! (Risas). Pero no está mal que le paguen, porque el dinero es necesario para vivir bien. ¿La fama? Sí, gana fama, pero si la fama es nada, ¡nada! Al escribir empieza a conocer el mundo, logra conectar con otras personas y crea vínculos espirituales muy fuertes, contribuyendo a esclarecer el mundo y a verlo de otra forma. Eso es lo que gana el poeta.

Vamos con una pregunta ligera. ¿Qué libro de otro autor le hubiera gustado escribir?

Con Hernán[1] amamos mucho a Eugenio Montejo. Hubiera querido escribir todos los poemas de Eugenio Montejo (risas). No tiene presa mala, no tiene nada malo. He revisado los textos, los he desbaratado estructuralmente, y son muy buenos. Hay muchos escritores y libros que admiro y hubiera querido escribir. Pero jamás los hubiera podido escribir porque son vidas únicas, son otras épocas, otros espacios, y lo que a mí me corresponde es escribir sobre lo que conozco y percibo. ¡Que lo haga bien o mal, bueno, no interesa!

Ya vamos terminando. ¿Qué tanto importan los premios en una carrera literaria?

La misma importancia que el dinero. Muchos desprecian el dinero, y el dinero es importante porque sin él no puedes comer, viajar, comprar libros, dormir en una buena cama. Si es una buena obra, se requiere del reconocimiento para que la obra se divulgue. El fin de la publicación es que circulen las ideas. Y si no reconocen al autor, se pierde el trampolín para que los libros se difundan. Yo quisiera que mis libros fueran tan baratos, tan baratos, que se puedan regalar. Lo que me interesa es que se divulgue la obra. El reconocimiento solo puede servir para eso. 

Hablemos de la luz y la sombra que proyecta la figura de José Eustasio Rivera, ineludible para pensar la poesía colombiana del siglo XX, sobre todo en los escritores de la región (Huila). ¿Hay influencia de la obra riveriana en la tuya?

(Risas) ¡Pobre Rivera! ¡Me da tristeza con ese pobre hombre! Y lo digo porque su figura se ha convertido en algo institucional, algo para mostrar y sentirse orgulloso, pero no para leer y reflexionar el mundo. ¡Rivera es un gran maestro, un excelente escritor! ¡Hace poco cumplió 135 de nacido! Las instituciones culturales, con buenas o malas intenciones, organizaron una serie de actos culturales y eso estuvo bien. El problema es que nadie había leído la obra. El mejor homenaje sería que promovieran su lectura, reeditaran su obra y la regalaran a los huilenses.  En cuanto a la sombra, no me interesa la fama de Rivera, la reconozco y lo respeto y lo quiero mucho. Pero no siento que me haya opacado, porque él escribió una poesía completamente diferente, yo no quiero parecerme a Rivera, ni quiero ser tan grande como él, los grandes escritores no me opacan, porque no estoy compitiendo. Los que ven opacados a unos bajo la sombra de otros son los comentaristas literarios.  

Entonces… ¿No te sientes heredero de José Eustasio Rivera o de su poesía?

Como vivimos la misma geografía humana, nos hermanamos, claro, hablamos a veces de las mismas cosas, pero en diferentes tonos, diferentes percepciones…

“Cancerberos”, el segundo apartado de Tribulaciones, da cuenta del mal de los hombres. La última pregunta y quizá la más difícil, Jader, tiene que ver con tu cautiverio. ¿Para ti qué significó volver sobre esta experiencia y expresarla en el lenguaje de la poesía?  

Han pasado más de 20 años desde el secuestro. Nunca había hablado de esto. Cuando salí en libertad, como era figura pública, “el poeta que fue secuestrado”, se formó cierta curiosidad morbosa sobre lo que había experimentado. ¡Me negué a contar la experiencia! Ni públicamente ni en privado mencioné absolutamente nada. Fue muy doloroso y sin embargo enriquecedor para mi vida. Lo que me pasó a mí fue pequeño con lo que le estaba pasando a los otros que también estaban siendo secuestrados y extorsionados: vecinos, amigos, conocidos y desconocidos. En el país ocurrían cosas horribles y la gente estaba arrinconada. No podía hacer nada y sufría en silencio. Yo vi el mal de los otros y comprendí que lo mío era insignificante. Uno no se puede quejar porque no tienen zapatos si el vecino ni siquiera tiene pies. Lo que me ocurrió no fue gran cosa. Me molestaba que me preguntaran sobre el asunto y sobre el morbo que esto producía. Lo del secuestro no lo utilicé tampoco en el arte. No lo utilicé como anécdota, porque la anécdota no es importante en la literatura. Lo único claro que tenia era que la vida era más importante que toda expresión artística. Mi propia vida y la de los otros. Al ver el mal tan grande que sufrían los demás, el secuestro me permitió transmutar el dolor y hacerlo menos trágico. En medio de las tragedias uno se cuestiona sobre la validez de lo que por entonces creíamos importante. En esos esos momentos te preguntas: “¿Quién soy yo?” “¿Para qué sirve la literatura?” “¿Me salvará de la muerte?” “¿Todo lo que he hecho en la vida sirve para algo?” ¿Si escribo un poema perfecto cambiará el mundo?”

El Poeta Tubérculo cree que la vida es intempestiva, que nos lleva por delante. No tiene una canción que lo identifique, ni escucha corridos. Ama el cine de Ingman Berman. No salvaría obra alguna en un incendio, lo único que estaría dispuesto a salvar es su pellejo, como los cerdos y las aves. Pese a todo el dolor, cree en el valor de la poesía y, con cierto estoicismo, en una vida serena. 


[1] Hernán Vargas Carreño, el poeta, el editor, el docente, el amigo, el cómplice, el conspirador, es nuestro anfitrión. Mientras transcurre la entrevista, escucha con todos los sentidos, ocasionalmente interviene, fuma cigarro y bebe cerveza.

Entrevista realiza por: Gabriel Cortés

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